jueves, 5 de junio de 2008


Hoy es un día de lluvia y estoy obligado a ir a trabajar.

Allí me siento un extraño, recibiendo y haciendo llamadas durante nueve rigurosas horas.

Los directivos de la empresa me pagan la mitad de lo que deberían y todos lo saben, mis compañeros también son concientes de eso, pero prefieren callar y seguir marcando esos asquerosos numeritos de plástico hasta que termine su jornada.

Para llegar al box que aplaca mis ideas y agiganta mis frustraciones, camino 5 cuadras y tomo un colectivo. Me bajo a 300 metros de la fachada del edificio en el que prácticamente vivo e ingreso a una habitación amplia y luminosa en la que están dispuestas 200 computadoras, separadas entre sí por una estructura de madera.

Mi abuela, llegó al país en 1874 y se empleó como obrera textil en la empresa Graf. Ella cumplía una jornada de 12 horas y cobraba un sueldo que apenas le alcanzaba para cubrir el alquiler de una pieza compartida y sus comidas.

138 años después, yo no logré cambiar la historia ni mi propio panorama. Tengo 38 años, una hija y una mujer de la que me divorcié hace 3 años, que continúa demandándome más de lo que le corresponde. Pero ese es otro capítulo de mi vida que no le contaré ahora.

Como le decía, todos mis compañeros se redimen ante las autoridades. Si paso en limpio, resumo que como ninguno se animó a levantar la voz, incluyéndome, todos somos explotados como producto de nuestra cobardía.

Hablaba de mi abuela y su historia y antes conté sobre mi vida y mi condición de trabajador frustrado.

Mi carta de presentación y mi currículum son desfavorables:

No terminé 7mo grado y mi promedio no pasa de 6. Pertenezco a una familia de clase media baja que no conoce los trabajos blanqueados ni los sueldos dignos y jamás ninguno logró sacar a los demás del pozo en que nacimos.

Llegamos al mundo y sobrevivimos a fuerza de sumisión

Así continuamos, perdiendo contra el paso de los días que se desprenden del calendario. Y la impotencia se hace eco en mis huesos cuando pienso que no fuimos capaces de cambiar aquellos planes que terceros idearon para nuestras vidas.

Frustrado

Redimido

Impedido por las circunstancias

Olvidado por mi condición de simple proletario

Obligado a malgastar mi vida para enriquecer a quienes me impiden y redimir.

Y ahora estoy acá, aprovechando mi franco en este hospital

y usted me está escuchando, porque hice una cola de 5 horas para obtener un turno de 40 minutos.

Después de todo esto que oyó, digame

¿Qué me queda por hacer?

¿La solución está en mi inconsciente?

¿Existe terapia que me arranque de mi condición de explotado?

1 comentario:

Anónimo dijo...

No soy muy bueno para estas cosas de la internet; de todas formas cliquie donde dice libre albedrio y me remitio a este espacio virtual donde me abarajo Gelman y eso siempre es bueno; despues un escrito que no me dijo gran cosa. Pero el ultimo es genial... no se si es tu vida o la de quien.La descripcion es realista, cruda y me llego. Exelente cierre. abrazos