sábado, 24 de octubre de 2009

PANÓPTICO

Sentado en el piso, sosteniendo mis piernas con ambas manos, intentaba olvidar. Una pequña hendidura se asomaba en la puerta y hacía nacer el sol. Había amenecido allí.
El psicólogo no me había ayudado demasiado, casi pasaron imperceptibles sus interminables charlas, con franca determinación a acallar mis voces. Sí, mis voces, porque no era yo, éramos varios en mí. Tantos como había visto morir alguna vez. Sentía su aliento - su respirar finito de último suspiro - sobre mi nuca, incapaz de activar respuesta nerviosas en mis músculos. Quería huir pero sólo lograba llegar hasta el pequeño placard que me servía de escondite.
Mi cuarto era una imagen vívida de mis días. Camisas, pantalones y calzoncillos desparramados en el suelo y sobre la cama. El mundo al revés, mi mente al revés y mis miedos gobernándolo todo. Mi madre no podía o no quería entender lo que me estaba pasando.
La noche era terrorífica. Si de algo me sirvió la guerra es aprender a sufrir en soledad. Apoyado en mi almohada, con los ojos cerrados y fruncidos hasta el dolor, se oían esos ligeros murmullos alrededor. Al principio, sentía cuchichear muy despacio para luego hacerse el sonido tan perceptible que mi obligado dormitar pasaba súbitamente a un estado de miedo. Desequilibrado, imaginando cosas que Dios sabe si existen, apabullado por tanto sonido, corría hacia el mueble-guarida.
Hasta allí me perseguía el tronar de bombas y el vuelo de los aviones, sobre todo de éste último. La imagen de una hélice girando sobre mi frente, su ruido ronco al girar en el sentido de las agujas del reloj, era algo que había soñado varias veces, incluso estando despierto. Me aturdía sólo el hecho transitar por algún aeropuerto, expuesto a una situación que no podría controlar. El psicólogo me había dicho que eso se llamaba aerofobia aunque yo jamás había volado. Esa "sensacion" del shshshs sobre mi nuca, chocando y destrozándo mi cabeza , era inaudita e incomprensible.
No había participado en la aviación en el tiempo que duró la guerra de Malvinas; yo era un simple conscripto de infantería, el peor sector dentro del Ejército, el más expuesto y menos valeroso. De allí que recibiéramos pocas armas y casi nada de ropa de invierno. Pero la aviación era de lo mejor durante el conflicto. Quizás por ello muchos de los caídos pertenecían a sus filas. Desearía haber muerto, lo deseo cada día, haber muerto y con honores como lo hicieron ellos.
Un muerto con honores vale mucho más que un simple soldado que vuelve de la batalla sin ningún rasguño. Porque el pueblo rinde homenaje al valeroso soldado que dejó su vida por la patria. Para el resto, para mi, queda morir de a poco, silenciosamente, dentro de un cuarto oscuro.

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